04 diciembre, 2008

No va más

Con la buena plata que hacía vendiendo publicidad para el programa de bochas que conducía en su radio ilegal, Diego podía mantener holgadamente el nivel de vida de su familia. Sin embargo, prefería gastar su dinero siempre en el mismo lugar.

Sus hijos llegaron al mundo casi de la mano. Primero lo hizo Federico (por Insúa, ex jugador de Independiente), luego Joaquín (por Sabina, cantautor español).

Vivía, además, junto a su esposa, padre, madre y abuela en la hipotecada casa de Sixto Laspiur al 1400, donde todos los domingos era casi un ritual sentarse a almorzar en familia. El fútbol y el Gran Hermano eran los temas preferidos de conversación. Es que jamás expresaban las preocupaciones que los carcomían por dentro. Maquillaban la realidad comentando los fríos e insensibles resultados deportivos.


Durante los días helados del invierno no era raro que les cortaran el gas por falta de pago. Para salir del paso compraban una garrafa en la que cocinaban, calentaban el agua para el mate y se bañaban.
"Olor no vamos a echar", solía bromear emponchado hasta el cuello en el living de su casa.

Rara situación la de Diego a quien nunca le faltaba el dinero, pero un impulso más fuerte que su voluntad lo llevaba siempre a gastarlo en el mismo lugar, muy lejos de su familia.
"Me trajo y me sigue generando muchos problemas, pero no puedo evitarlo. Cuando me voy me arrepiento por haber entrado, pero al día siguiente, cuando me despierto, siento unas ganas increíbles de volver", sostiene mientras apoya sus codos sobre el marco de una de las ruletas.

Su cara demostraba resignación. Al reloj le faltaban minutos para marcar las seis de la madrugada. Su mujer, muy probablemente, lo esperaría despierta con el mismo reproche de siempre: "Decime que no fuiste al Bingo...". Ya estaba acostumbrado.

Después de un par de tropezones, la bola cayó en la zona del cero, esa que él siempre prefirió y que está integrada entre otros por las parejas 2 y 3, 4 y 7, 12 y 15, 18 y 21 y 32 y 35.

Ganó lo que nunca antes y festejó comiendo unas empanadas y tomando una cerveza al pie de la ruleta. Tenía un hambre salvaje que no pudo mitigar antes por haberse equivocado en la mayoría de las predicciones numéricas.
"Cuando sale un número que está cerca del cero en la ruleta, es raro que cambie hacia la del doble cero", afirmaba sin pestañar con una seguridad temerosa.
"Si sale el 19, es muy probable que después salga el 10. Porque si sumás el 1 y el 9...", continuaba.
"Está tirando en la segunda docena, seguro que ahora vuelve a la primera porque hace mucho que no sale", se auto convencía.

Con la panza llena siguió apostando según sus recetas. Ninguna le funcionó, como ocurría casi a diario. Una vez más, la fortuna volvió a dejarlo de lado.

La vergüenza lo invade. Sale del bingo amargado, maldiciendo su suerte y sin plata ni siquiera para tomarse un remís y así atravesar rápidamente las más de 40 cuadras que lo separan de su casa.

3 comentarios:

Oso de Almafuerte dijo...

No es joda, es una enfermedad. Lelé sabe de esto porque hizo un informe en el diario. Estaría bueno que dçofrezca detalles de estos muchachos compulsivos.

Lelé dijo...

Qué horrible. En realidad, Oso de Almafuerte, no lo sé por un informe, sino por una situación muy cercana que me causó mucha tristeza. Por suerte ya pasó, pero era terrible. Se trata de una especia de cáncer emocional que no sólo le da a hombres, padres, asalariados, desocupados o como quiera ser el estereotipo. También le da a chicas lindas, de 20 y super plantadas en el mundo. Es increíble. Gracias por acordarte de lo que salió en el diario. Beso.

Oso de Almafuerte dijo...

Lelé: no es un tema menor. Conozco varios casos y me causan una profunda tristeza. Creo que la sociedad tiene un poco de responsabilidad. Porque esta gente se enferma y los bingos siguen funcionando, soslayando la realidad, con la vista puesta sólo en el dinero. Tristísimo.
Muchas gracias por su aporte, a esta altura, nuestra especialista en el tema.