Parte IV
-Un día Pereti se encontraba en plena actividad, llenando los tambores de bichos, cuando uno de los animales saltó de la red y le manchó el guante. Según el protocolo de seguridad, su jornada estaba terminada. Debía volver a la torre, someterse a una desinfección y tomarse una semana de licencia y aislamiento.
-¿Si hacía eso se salvaba?
-Seguramente. Cuando yo lo vi ya estaba perdido.
Pereti se miró el guante, lo sacudió un poco para que se desprendiera la parte más gruesa y gelatinosa del Goo y, cuidándose de que nadie lo viera, metió la mano en el agua y la sacó rápido. Listo. En la torre, al término del día, lo esperaba Peggy Flinn. Una rubia a la que le encantaba la plata y le encantaba escuchar al viejo Pereti hablando de si mismo durante horas, tener sexo unos minutos y quedarse dormidos.
-Pereti volvió al atardecer, con los tres tambores llenos y cerrados herméticamente. Dejó su vote amarrado en el puerto, la parte más alta de la torre, y entró. Una vez a salvo de la radiación, se quitó el casco. Se miró al espejo, se arregló el pelo y se secó la transpiración. Cuando sintió el guante mojado sobre la frente, se acordó del incidente de esa tarde. Se miró la frente: nada. Miró una vez más el guante: nada. Peggy lo sorprendió tomándolo de la cintura. Pereti tardó unos segundos en reaccionar y bajaron juntos a la ciudad.
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