24 noviembre, 2010

La vida es una moneda

Ignacio Molina nació en Bahía Blanca en 1976 y desde 1992 vive en Buenos Aires. En su infancia y adolescencia jugó al básquet en uno de los 21 clubes que desarrollan ese deporte en la ciudad, Napostá. Cientos de veces habrá tomado los colectivos bahienses, las 500, que te dejan a pocas cuadras de tu destino o habrá comprado caramelos en kioscos de barrio, atendidos por sus dueños. En su primera novela Los modos de ganarse la vida (Entropía 2010), esos usos del espacio público, tal vez más humanizados, dejan lugar a un relato que se estructura al ritmo de los grandes centros urbanos donde la vida también es papel de cambio.

Así como comprar cigarrillos en un kiosco, pagar el pasaje de colectivo o negociar con el canillita un diario de hace dos semanas son los intercambios comerciales más básicos a los que nos somete la vida cotidiana; hablar de fútbol con un compañero, pedir empanadas por teléfono en la misma rotisería todos los viernes o cederle el asiento a una embarazada, son los intercambios humanos más elementales.

De eso va Los modos de ganarse la vida: la negociación permanente con las obligaciones, la rutina, los imprevistos, la familia, los amigos, los desconocidos, los deseos reprimidos, los no reprimidos, para intentar ganarse la vida.

Porque el kiosco, además de un espacio de intercambio comercial, se convierte en un lugar de escape, a donde se va sin necesidad, sólo para ir, o puede ser un refugio en un día de lluvia o una excusa para caminar por determinada avenida. Porque los colectivos sólo te llevan a destino cuando querés andar por la vida sin demasiada precisión y tenés monedas en el bolsillo. Porque, aunque no te importe el fútbol, le charlás de fútbol a Ezequiel a cambio de que te alcance a la oficina en su auto y Etelvina, que atiende el teléfono de la rotisería donde pedís empanadas, resulta ser tu amante.

La voz principal de la novela es la de Luciano, un joven de 27 que vive con su novia, Cecilia, pero sobre todo convive consigo mismo y su percepción obsesionada de lo cotidiano. En el medio, una tercera persona nos presenta escenas de la vida de Guillermo y Marina, una pareja de amigos; escenas que después se retoman desde la perspectiva de Luciano.

Con todo esto, Ignacio Molina construye una narrativa muy precisa. Pero precisa no significa descriptiva, sino todo lo contrario. La novela no describe la magnitud de la tormenta que engendra lo aparentemente elemental, el tamaño de las nubes y los truenos que estremecen la tierra: te cuenta lo que Luciano estaba haciendo y pensando en el momento exacto que el viento cambió al sur y volaron las primeras hojas.

Los atardeceres, siempre son más interesantes que los mediodías. Una narrativa clara, pero que se cuida de que el exceso de luz no vele la trama.

Es llamativo que Los modos de ganarse la vida prácticamente pase por alto el mundo laboral de los personajes. Todo sucede en los trayectos y en lo que se omite. El ojo no está puesto en la producción, sino en el intercambio: comprar la golosina que te permita recibir un vuelto en monedas para viajar en el colectivo que te lleva a ningún lugar. Porque, en última instancia, cambiar fuerza de trabajo por dinero no es ganarse la vida.



05 noviembre, 2010

Esa mujer

Hasta hace un par de semanas nos preocupaban cosas como el lenguaje que utilizaba en Twitter la presidenta o si debía hablar a cámara en las cadenas nacionales. Bueno, finalmente habló a cámara. Habló una persona pasando por el momento más doloroso de su vida. Y conmovió a la gran mayoría.



Los liderazgos populares no nacen de la nada. Necesitan una base sólida de reivindicaciones sociales y un momento de quiebre. El momento en que la persona, por su carisma natural o por algún episodio excepcional, supera a los hechos de gobierno. El momento en el que la presidenta de la Nación se baja del atril, acomoda un par de cuadros de la casa Rosada, se sienta en su escritorio, respira profundo y graba un mensaje destinado a interrumpir, un par de horas más tarde, los preparativos de la cena familiar, cortar al medio la novela o los informativos, silenciar las redacciones. Un mensaje que la convierte durante cinco minutos en Esa Mujer.

Es aventurado presagiar cuánto puede durar el efecto. Todavía no sabemos si esa mujer que fue tan resistida, sobre todo por las mujeres, va a ocupar ese lugar. Pero sin dudas, en estos días de duelo nacional y en estos discursos, algo cambió para siempre.

01 noviembre, 2010

La historia está escrita en el aire




Nadie llora ante un libro de historia. Llorás cuando la historia te atraviesa.

En la misma semana que intervienen quirúrgicamente al primer kirchnerista convencido que conocí, mi viejo, se muere Néstor Kirchner. Demasiada carga emocional, intelectual, física: con el cerebro seco, con los ojos cansados de estar frente a la pantalla. Conmovido por las imágenes de la transmisión continua de la capilla ardiente. Donde sobraron las palabras. Así se siente vivir en tiempo presente un hecho histórico. La carga de simbolismo que hubo en todo esto, es la condensación de la historia de la década.


Con la muerte de Néstor Kirchner, todo el sentido histórico que estaba contenido en una vida terrenal, limitado por la humanidad de una persona, estalló en millones. El líder que se pone en la primera fila del combate y muere en el fragor de la lucha, sólo deja inspiración. La inmolación como última parada de la pasión. Ahora la construcción será colectiva. Cristina conduce, el pueblo la sostiene. Una construcción de brazos abiertos.


Leo, leo, leo, por todos lados, palabras cargadas de bronca, de inteligencia, de miseria, de dolor. Pero me quedo con las imágenes: los mozos de la Rosada llorando, jubilados eternamente agradecidos, veteranos de Malvinas, Madres, Abuelas otra vez frente a la muerte, cientos de pibes y pibas que nacieron a la política con Néstor y que se acaban de hacer mayores de edad, los presidentes latinoamericanos dimensionando la figura del que se fue, los que tuvieron vedada la entrada por no estar nunca a la altura de la historia, Diego agrandando el panteón de los gladiadores, todos los que gritaron porque no correspondía el silencio, todos los que agradecieron, todos los que pronunciaron la palabra dignidad, todos los que lloraban y me hacían llorar a mí. El pueblo dándole fuerzas a Cristina y Cristina, con la fuerza de una leona herida, conteniendo la emoción del pueblo que llora.




Arriba del coche fúnebre, además de flores, había cascos celestes, blancos y amarillos. El cajón subió lentamente al avión. La escena final: ese avión que levantó vuelo en el cielo lluvioso, para devolver a su tierra al cuerpo de un hombre que dejó su vida para transformar este país en un lugar mejor; una imagen de la dignidad nacional recuperada en estos siete años. La contracara del helicóptero que partió de la terraza de la Casa de Gobierno en diciembre de 2001.