13 junio, 2011

Palermo

Durante el mundial escribí este post que intentaba presagiar el final del camino del héroe que recorrió Palermo en su carrera futbolística. Ahora que ya vimos el final de su carrera, es tiempo de reciclarlo.

Ya es un lugar común, ante cada hazaña de Martín Palermo, hablar de que tiene "una vida de película". Sin embargo, a mí me gusta más pensar que el "Titán" no está dentro de una película, sino que protagoniza un poema épico donde recorre el arduo camino del héroe.

En la épica, el nombre y el destino son una unidad indestructible. El más famoso es Aquiles, el de los pies ligeros, el gran héroe de la guerra de Troya que estaba destinado a morir de un golpe certero en su único punto débil, el talón. Lograr asumir ese destino trágico es la tarea del héroe.

A Palermo, el epíteto se lo definió Carlos Bianchi certeramente: Martín, el optimista del gol; y él asumió con creces la responsabilidad del nombre.

El protagonista del relato épico debe ser arquetípico: representar valores universales y tener una ética que lo lleve a tomar las decisiones correctas en los momentos más difíciles. La ética de Martín es la del esfuerzo y la fe.

Siempre creer que se puede, nunca darse por vencido, nunca poner las limitaciones por encima de las posibilidades.


Batallas

Martín, el optimista del gol tiene muchísimas batallas ganadas a la adversidad. Una de las más emblemáticas de su carrera en Boca fue el gol a River en la Copa Libertadores de 2000, en su vuelta tras una lesión que lo había dejado varios meses fuera de las canchas.

Faltaban pocos minutos para que terminara el partido, ganaba Boca 2-0 en La Bombonera y eliminaba a River. Bianchi pidió el cambio y lo mandó a la cancha. Cuando empezó a correr, parecía que todavía tenía la rodilla enyesada. Pero, a poco del final, sucedió el milagro: Martín, el optimista del gol recibió la pelota en el área, en ese momento algo paralizó a los defensores de River que no pudieron levantar las piernas del piso y entonces Martín, apoyándose en la muleta de Dios, giró sobre sus pies, miró el ángulo inferior izquierdo del arco y la colocó ahí.



Este tipo de sucesos son los que van forjando el ánimo del héroe, que tiene que aceptar el llamado del destino. Aceptar que su vida va a tener duros golpes y goles increíbles.

Pero con ser ídolo de Boca no alcanzaba. En su mejor momento como goleador Palermo fue puesto a prueba en la selección argentina (Copa América del 99) y fracasó rotundamente pifiando tres penales en un mismo partido.

Después tuvo un paso errático por Europa, coronado por la fractura de tobillo que sufrió cuando se le cayó una pared sobre la pierna en el festejo de un gol.

En esos momentos, ¿cómo hacer para no dejar de creer? ¿Cómo hacer para, 11 años después, a los 36, convertirse en el debutante mundialista más veterano en marcar para la Argentina?

Esa es la virtud del héroe.

Las armas

El héroe no tiene superioridad en las armas respecto del resto. El héroe no triunfa porque tiene poderes sobrenaturales: triunfa porque tiene una virtud que no puede controlar, pero sí debe aceptar.

Messi es el mejor jugador del mundo. Anda en un estado permanente de excepción. Con la velocidad y el control de Messi cualquiera hace maravillas.

El último capítulo

El último gran capítulo de la carrera de Palermo fue su vuelta con gloria a la selección, tras aquel primer paso fallido. El gol a Perú en la última pelota, bajo la lluvia del frío Monumental, que nos dio la clasificación a Sudáfrica y su breve participación con gol incluido ante Grecia, lo pusieron finalmente en un plano superior. Dejó de ser sólo ídolo de Boca, para convertirse en el Titán del fútbol argentino.

Cuando termina el partido con Grecia, ante las cámaras, Palermo no dice "Este el fruto de mi trabajo, demostré que estoy para titular". En cambio, entre lágrimas dice: "La verdad, no sé por qué me pasan estas cosas. Estoy tocado por el angelito que está allá arriba". En ese momento, Palermo acababa de asumirse como un héroe épico, esclavo de los goles y de las batallas ganadas y perdidas.

El epílogo lo vimos todos anoche: tras meterle otro gol a River en un Superclásico e ingresar al grupo de los cinco máximos goleadores del fútbol argentino, se llevó el arco de la Doce a su casa, para que sigan haciendo goles los hijos de sus hijos.

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