Misteriosa Bahía Blanca II
La persiana de chapa marrón estaba medio baja por el sol de la mañana. La puerta abierta. Después de más de diez años, volvía a entrar a una zapatería. Estaba en la calle más angosta de la ciudad, una cortada del barrio universitario. La única que encontré, y que no pude nunca volver a encontrar.
La puerta estaba abierta y entré. Olor a pegamento y a cuero. El zapatero, me daba la espalda, hablaba por teléfono. Busqué en los estantes hasta que encontré mis botines de fútbol 5. “¡En el Barrioparque!”, gritó el zapatero. Me sobresaltó, seguía con el teléfono en la mano.
- ¿Cuándo?
- (del otro lado una voz ronca se escuchaba con más intensidad)
- No puedo, más tiempo, necesito…
Miró el teléfono. Se levantó, se puso una gorra con el nombre de la zapatería y se fue. Yo seguía ahí parado, no me vio (o no le importó). Salí y ya no estaba. Me llevé los botines.
Al otro día volví a pagarle y la zapatería ya no estaba. La cortina de chapa era de madera. La puerta estaba cerrada y no tenía ventanas. Toqué el timbre y una voz de mujer me preguntó quién era.
- Estoy buscando al señor de la zapatería.
- No, acá no hay ninguna zapatería, te habrán dado mal la dirección -me contestó.
Tiempo después, descubriría que el "Barrioparque" era el cementerio de los zapatos.
Continuará...
(Foto: Jimmy Chaban)
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