01 agosto, 2010

La construcción del verbo: somos

Lo que me preocupa desde arriba del cerro
a esta hora de la tarde
es el orden de los campos
de la lengua.

Me siento en una piedra grande
y tomo Sprite en una botella de plástico no retornable
que puede contaminar la tierra por siete mil millones de años.

Puedo modificar la naturaleza: ¿Soy Dios?
Creo que no.

Dios nunca trabaja. Dios es como
un campo sin alambrados; ese campo
que todos somos, de tierra fértil arrendada.

En la palabra campo está la encrucijada:

la fuerza primera de la vocal argentina, la
apertura final hacia el infinito
y en el medio el trabajo.

Desde la ruta se ve como
veinte, treinta, cincuenta personas
cosechan la papa negra de la tierra fértil
con las manos, con la remera de turbante
por el sol; en sus manos el pan no se multiplica
la naturaleza se vuelve mercancía.

Ellos tampoco son el campo.

El campo somos todos los que alguna vez
germinamos un poroto en un frasco de mayonesa
los que alguna vez compramos una estancia
con billetes de colores.

Si fuera un poeta kirchnerista
vería en la inagotable llanura
el principio
(…)
y el fin

Escribo:

El primer principio para un estudio
del devenir del ser nacional: La conciencia

“Somos el campo”

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