13 septiembre, 2008

tip... tip...

En el 2003, el poeta pringlense Arturo Carrera vino a Bahía a presentar el libro de Arnaldo Calveyra Diario del fumigador de guardia. Es noche sucedieron dos cosas: Calveyra literalmente hipnotizó a los que lo escuchábamos y Arturo me dejó una extraña dedicatoria en su libro El vespertillo de las parcas.


Por varias razones El vespertillo… es mi libro favorito de Arturo. Una de esas razones es el poema (hit absoluto) La calle Stegman. Un recuerdo de la infancia, que se construye en sensaciones del presente, hasta que las palabras no alcanzan, y sólo queda el pulso tip… tip… casi imperceptible tip… tip… avanzar entre las acacias, los negocios y las voces de los vecinos tip… tip… “Ir hacia delante, es decir, / hacia atrás;

Tiempo después de su visita le hice una entrevista por mail. Son sólo cuatro preguntas pero es muy larga, así que va por entregas:


Pregunta 1

“En la foto polaroid sólo está Nella,
pero la alquimia del papel
se negó al completo revelado.

Son líneas, puntos apenas azules
los que insinúan su hermosísimo rostro.”


En la película Memento el protagonista tiene una enfermedad por la cual tiene una memoria que solo le deja retener lo que hizo durante los últimos diez minutos. Así, cuando comienza a hablar con alguien, pasados estos diez minutos, tiene que preguntarle quién es. Para poder vivir utiliza una serie de fotografías polaroid que le dicen cual es su casa, su auto, el nombre de su amigo o quien le miente para aprovecharse de su enfermedad. A su vez tiene todo el cuerpo tatuado con los distintos pasos de una investigación que olvida a cada momento.
Ahora bien, partiendo de este personaje, qué comentarios podrías hacer sobre: la fotografía como uso de la memoria, tensiones entre la fotografía (imagen, el instante) y la poesía, ¿Qué cosas fotografiarías para no olvidar?



“En la foto polaroid...”

Es esa mezcla de saber y de sueño, de química con toda su azarosa necesidad, lo que me atrae de esas fotos polaroid. Se “revelan” bajo nuestros ojos; la aparición de la imagen no sabemos si se completará
en algún momento... Tienen mucho que ver con esos dibujos que de niño yo veía en la revista Billiken. Una página blanca, semirugosa, a la que había que pasarle agua para que adviniera la imagen... Los colores eran tenues, la acuarela que se producía tendía a desaparecer más bien, nunca a completarse, como el arco iris.
Hoy los chicos tienen otra versión de lo mismo pero invertida: en los estereogramas de punto aleato
rio de la imagen o 3D, los dibujos tienden a una completud ilusoria. Hay más dificultad, hay que “visionar” mediante un ojo por venir, un ojo mágico que no se encuentra fácilmente. Imagen que no aparece sino mediante una construcción especial de la mirada. En todos estos simulacros vuelve la naturaleza de las cosas, La naturaleza como un eco del sentido.
Siempre anhelé ser fotógrafo. Siempre quise saber qué era el clinamen de Lucrecio. Pero en esa oblicuidad, en esas pérdidas se ovilla el hilo de la presencia; esas pérdidas son el señuelo, el régimen de ilusión en el que
vive toda imagen. Quiero decir: se escamotean, o por defecto o por exceso, pero nos incitan a entrar en su acontecimiento puro...

“En la película Memento...”


La pesadilla de Memento muestra que la memoria no es histórica, o en todo caso que la historia es “el tiempo en que no habíamos nacido”, como la definió magistralmente Barthes en su libro sobre la fotografía. Basta marcar en el cuerpo el instante vivido, y la historia secreta o la sucesión de pérdidas es un continuo de carpe diem... Aunque ni siquiera el carpe diem busca registrar la historia, sino tan solo el apunte de un acontecimiento vivido enteramente en el “memento” del instante...
Y la fotografía, como el haiku, es un carpe diem póstumo: nos recuerda que estamos por vivir un momento que deberíamos añadir al continuo de cada instante. Lo más extraordinario del poema de Horacio, es que al utilizar el verbo carpere para su poema del carpe diem dijo algo así como vive el día como carpiéndolo, como desmalezándolo, como juntando flores mientras avanzás en el paseo, o... como recortando la figura del dios de su gran manto en la naturaleza... pero todo al mismo tiempo, todo como algo para no corregir, todo en el sentido más profundo del sumi-è japonés: la vida no permite correcciones, la pintura sumi-è tampoco, el papel es muy absorbente, la tinta muy penetrante, no borres, no robes la continuidad de esas pérdidas...


Por otra parte lo más feliz de la fotografía es que nos dice algo al oído, no a los ojos, susurra como un amante algo que no entendemos demasiado bien... De modo que no recordamos nada porque caemos por el tobogán de su clinamen. (Nos pregunta la hora el conejo de Alicia.) Y lo que es mejor: la fijeza, la fijeza sin límites de la foto imita nuestra propia desaparición cuando la miramos.
Jamás tomo una fotografía para no olvidar sino en todo caso para creer que acepto estar demasiado vivo en ese instante —vivo y sexuado, porque no puedo disociar el instante del clic del de una pequeña muerte.
Ahora bien, es mi poema Narciso el que vincula la fotografía, el viejo arte de la fotografía con la poesía. Allí ese Narciso como el Narciso de Delmore Schwartz descree un poco de su imagen reflejada, cree más bien en los cambios de su imagen, se mira de noche en el agua, no sólo de día, se mira cuando está nublado, y cuando llueve, recibe esas distintas facies que más que subyugarlo lo horrorizan —y allí está la foto. Posamos con un engreimiento que inmediatamente después nos horroriza. Posamos para la muerte. Posa, Narciso, no yo. Me gusta en verdad escuchar lo que dice Eco. Yo la imitaría. El poeta trata de imitar técnicamente el procedimiento sonoro de Eco, venga de donde venga, de la música o de la danza del intelecto... Y lo que es peor, cree en sus filiaciones secretas pero obvias.

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