25 noviembre, 2008

Alejo soñó que acariciaba una zarigüeya


Era increíblemente suave. El calorcito del cuerpo, entre sus manos y su panza. La acariciaba. Terciopelo. La miraba. Era más linda que su última novia. La acunaba. Calorcito. No quería tener hijos, ni sobrinos, ni nada que no fuera tan suave como esa zarigüeya que ronroneaba entre sus brazos. Las luces se atenuaban, como en un gran escenario. Crakc. Lo mordió.

Se despertó. Sonrió, se dio vuelta en la cama y trató de que no se le vaya el sueño. Quería recordarlo para contarles a sus amigos que había soñado que acariciaba una zarigüeya.


Recién cuando se estaba lavando la cara se dio cuenta. En su brazo derecho tenía las marcas de una mordida profunda. Dos cortes rojos y visiblemente infectados. Cuando entró en la morgue era un muñón con cabeza. Los médicos forenses diagnosticaron una extraña rabia degenerativa que le disolvió el cerebro, al mismo tiempo que le destruyó los brazos y las piernas como si fueran ramitas de un árbol seco.

Dibujo de Jimmy Chaban

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