14 octubre, 2009

La historia y el llanto

Se puede viajar al pasado mirando una foto. Ves una imagen de tu infancia y no te reconocés, pero querés saber cómo llegaste ahí. Seguís mirando a ese personaje, en forma errática, y la foto se vuelve un relato atravesado por el llanto. ¿El viaje a través de una imagen, la de un chico de cuatro años que viste un traje de Superman mal confeccionado, es un relato de la intimidad sensible o una narración política?


En una reposera, al sol, en Villa Ventana, leyendo La historia del llanto de Alan Pauls, no hay otra forma de pensar el pasado, el pasado que se presenta como ruinas, que como un relato ficcional. A través del llanto de la infancia, Pauls reconstruye un camino autobiográfico en donde queda totalmente de lado la veracidad de los hechos: lo que se pone en juego es el diálogo entre ficción y la realidad. La novela rompe con la idea de que, vivir en un mundo plagado de ficciones, signifique ir por un camino paralelo a la historia, refugiarse de la realidad. Simplemente es otra forma de realidad. Pauls confirma que se puede escribir sobre los '70 sin haber tomado las armas.

El personaje -contado desde un presente histórico, como se mira una película- viaja en triciclo desde el mundo que se presenta como ficción -el traje de Superman, la serie Los Invasores, el vecino militar- hasta la realidad política que aparece en la temprana adolescencia: la entrada al mundo político a través de los libros. Devorando la biblioteca marxista.

En el libro hay una sola fecha concreta: 11 de septiembre de 1973, el día que el ejército de Pinochet quemó el Palacio de la Moneda y terminó con la vía chilena al socialismo. Es el único hecho significativo a nivel histórico para el personaje, que lee Marx y no puede llorar ante el televisor, aunque siente que nunca el mundo ha sido tan injusto. Todo lo demás no tiene fecha, pero tiene lenguaje. La revista La causa peronista, la novia chilena,
el cantante de protesta, la escena del ascensor: son escenas que están fuera de foco, incompletas, que podrían haber sucedido o no. Donde no importan las personas, sino el estrato del lenguaje que representan.

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¿Cuánto tarda en darse cuenta de que en él es al revés, de que ya en ese él que viendo venir a los alienígenas mira a la mujer que lo cuida y mantiene el pie quieto en el pedal, quieto hasta que se le acalambra, primero está la ficción y después la realidad, pálida, lejanísima?

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