Es medio largo pero está bueno:
PorMaximiliano Tomas
(Publicado en el suplemento de Cultura de Perfil el domingo 18 de noviembre de 2007).
En un proceso que tuvo lugar en los últimos veinte años, con la retracción del franquismo en España y la instauración de políticas neoliberales en buena parte de Sudamérica, centros editores como Buenos Aires se vieron desplazados por la metrópoli, retrotrayendo la industria del libro a una relación neocolonial. Los sellos locales fueron primero adquiridos por editoriales españolas que, luego, vendieron a conglomerados de medios estadounidenses, alemanes y norteamericanos. Así las cosas, las decisiones de fondo de los sellos que dominan la mayor parte del mercado se toman lejos de la Argentina –y si un autor argentino quisiera publicar su libro por el mismo sello en el que lo hizo aquí pero, por ejemplo, en Colombia, Perú o, más extraño aun, Uruguay, no hay manera de que lo haga sin ser editado, primero, por la casa matriz de España.
Pero el carácter radial de esta influencia no parece limitarse sólo a la industria editorial y, más seguido de lo esperable, derrama su influencia sobre el periodismo cultural. En el capítulo “La transmisión circular de la información” de su ensayo Sobre la televisión, Pierre Bourdieu afirma que los productos periodísticos “son mucho más homogéneos de lo que se cree”. El sociólogo francés dice ver, por debajo de las aparentes diferencias, “profundas similitudes, ligadas a una serie de mecanismos: el más importante de los cuales es la lógica de la competencia”. Bourdieu habla de la lógica interna de la producción periodística televisiva, pero el funcionamiento es trasladable a la prensa escrita: “Las restricciones de la competencia son muy fuertes, en la medida en que cada uno de los productores está llevado a hacer cosas que no haría si no existieran los otros”. Y agrega: “Esta suerte de juego de espejos que se reflejan produce un formidable efecto de clausura, de cerrazón mental”.
Tal vez por algo relacionado con todo esto los suplementos culturales de los diarios argentinos –la oferta más numerosa de Latinoamérica, tal vez mayor que la de la propia España– se sienten obligados a repetir tics de sus pares europeos en lugar de imponer su propia agenda. En este sentido, el suplemento Babelia, del diario El País –antes fundamental, y de un tiempo a esta parte en evidente proceso de decadencia–, vendría a ser uno de los principales faros de inspiración. Por tomar un solo ejemplo: quince días atrás Babelia publicó en tapa un cuento inédito de Julio Cortázar, acompañado de una serie de artículos que analizaban la obra y el legado del escritor. La edición on line reproducía estas notas, salvo el texto de ficción. Pero, de todas maneras, El País se imprime y se vende también en la Argentina, con lo que el lector interesado en Cortázar sólo debía ir hasta el kiosco de diarios para encontrarlo. Una semana después, la revista de cultura de mayor circulación de la Argentina repetía en su tapa, con leves variaciones, el mismo cuento y abordaje periodístico, y lo mismo hacía el suplemento cultural del diario más vendido de Chile.
Pero este extraño efecto de la globalización no habla sólo de la industria cultural. Muestra, sobre todo, la forma en que muchos piensan aún el periodismo: de modo analógico. ¿Qué sentido tendría sino reproducir artículos publicados apenas días antes en el mismo idioma, con Internet a disposición de la mayor parte del público lector especializado? Una vez más, de lo que se trata es de reflexionar acerca de los desafíos que plantea hoy el oficio, de intentar comprenderlos y capitalizar la potencialidad del desarrollo tecnológico de la información: porque el futuro, más temprano que tarde, será pasado.
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