02 agosto, 2008

El Mayordomo

El fantasma

Era verano y todos dormían. El sofocante calor trataba de romper con la frescura de los amplios ambientes de la casa. De a poco, de manera metódica y muy prolija, se quitó el uniforme y abrió las sábanas blancas, dispuesto a dormir una siesta. En la tenue oscuridad de la habitación, entre sueños, entró una mujer que parecía de luto. Un vestido negro que sólo dejaba ver las piernas, de la mujer que caminaba, descalza, alrededor de la cama. El mayordomo, con los ojos entreabiertos la observaba y sabía que era ella, la que ahora, subiéndose la falda, trepaba a la cama y lo encerraba entre sus piernas desnudas, no había palabras, era ella con su pelo, sus ojos y su boca la que lo besaba. Esa boca que parecía llevarse toda su sangre, en esa tarde, donde el sofocante calor parecía ganarle. Como un fantasma la mujer, entraba y salía, de lugares donde se iba la vida.

Durante varios días no cambió las sábanas y ese olor lo atormentaba.

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