Maximiliano Tomas
De un tiempo a esta parte, la corrección política y la complacencia se han apoderado de buena parte del periodismo argentino, y las publicaciones culturales no constituyen una excepción a esta norma –aunque no se haya llegado aún a la adulación acrítica del periodismo de espectáculos o a la promoción camuflada de información del periodismo de viajes. Pero a diferencia de estos dos rubros, donde el dinero motoriza voluntades y asegura centimetraje impreso a través de publicidad tradicional y no tradicional, en el campo de la cultura los anunciantes suelen ser escasos: no pasan de dos o tres sellos grandes, alguna vanity press (nombre con el que los norteamericanos designan a las ediciones de autor) y, a lo sumo, un pequeño aporte oficial. Al no existir, entonces, grandes cantidades de dinero en juego, y al ser la influencia y el prestigio los únicos capitales simbólicos del periodismo cultural, ¿por qué la mayoría de las revistas y suplementos funcionan como una suerte de extensión de los departamentos de marketing de las editoriales? ¿Qué es lo que impide desarrollar un periodismo cultural crítico, inteligente, abierto a las nuevas ideas y corrientes de creación intelectual?
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