25 abril, 2007

El gran perro

por Matías Matarazzo

Reseña al libro Las cosas a descansar, Laura Lovov, Ed. Gog y Magog, Buenos Aires, 2004, 36 páginas. publicada en la revista VOX virtual 21

Las cosas a descansar es un objeto pequeño; parece que quisiera pasar desapercibido, aunque seguramente hay algo más. Es un objeto que está situado en tiempo y lugar, que se muestra a quien lo quiera ver. Se muestra inquieto tanto por fuera como por dentro. Inquieto: no se deja guardar en una canasta de mimbre para que lo encontremos en constante búsqueda. Su propuesta toca el nervio de una realidad tan incierta: un acercamiento a la verdad que pone a prueba la memoria de los sentidos, sumergiéndolos en el agua, como un gran perro blanco (siempre blanco).
Este es el momento para hacer una salvedad: poner a prueba la memoria de los sentidos es sin lugar a dudas poner a prueba el lenguaje y su capacidad de dar cuenta de la memoria de los sentidos. Esta situación de autorreflexión sobre el lenguaje y sus posibilidades, esta búsqueda en las palabras de un plus de sentido, nos pone ante una escritora que no quiere que el tema sobrepase al lenguaje. Si los sentidos se ponen por encima de las palabras, mueren. Enunciar una sensación como recuerdo mis pies descalzos pisando el pasto fresco, hace que esta sea ingenua y vacía. ¿Y por qué no pasa esto en los poemas de Lovov?
Porque el denominador común a todas las sensaciones es el ritmo. El ritmo nos sumerge en la búsqueda, ese entresueño que nos hace tantear en la oscuridad grietas para entramar una red que no deje escapar ni el aire ni el cuerpo. Así empieza el libro:



COMO EN UN LUGAR OSCURO, TOCO

I
Como en un lugar oscuro, toco
la punta de tus dedos, los pies
suaves del pasto.

Sólo escucho. Y bailo.

No todo es música pero
el aire está
lleno de ojos. Te veo
atacar despacio, presentir
mi paso gemelo

Así es más fácil, pienso
en algo negro, negro
por todos lados. Que
ni una grieta descubra
por donde
salen las cosas. Tu voz
que llega desde lejos y el pelo
que ahora crece.

El gran perro aparece poco después, en la segunda parte de este poema. Me recuerda al "gran pez" de Tim Burton. Ese hombre que trata de saber algo sobre la vida de su padre, oculta detrás de las historias maravillosas que le contaba en su infancia. Ahora es adulto y todas esas historias ya no le sirven, necesita algo más: la del "gran pez" es la favorita de su padre. Ese pez es imposible de atrapar. El gran pez era su padre. Este perro es el libro.
Los nombres son mapas, el tiempo es un mapa y los puntos se marcan con una luz blanca siempre en movimiento; las grietas dejan iluminar recuerdos, como cuando el vecino encendía la luz y veía los monstruos todos durmiendo en la cómoda. El perro, como el libro, como el pez, es un punto en el mapa que no se deja atrapar.




PUSIMOS LAS COSAS A DESCANSAR

(...)
El perro no puede oír
en un canasto. Corre tan rápido
que se vuelve un punto.
Así puedo verlo, así
no sé como guardarlo.
(...)

Queda claro entonces que, como el perro, el libro escapa de esta lectura.

"La memoria no es histórica" dijo Arturo Carrera y después citó a Barthes diciendo que la historia "es el tiempo en que no habíamos nacido". Creo que esto se desprende de cada página del libro, porque no hay una reconstrucción del pasado: los mapas desaparecen y aparece el detalle cálido del té. También aparecen recuerdos como tortas gigantes que nadie se atreve a probar, como ciudades en invierno. Entonces insisto: el ritmo es el denominador común de las sensaciones. Pero ¿tendría sentido pormenorizar la presencia de todos los sentidos en los poemas? No. Todo se mezcla, se sumerge, descansa y se multiplica en la gran pecera que ella no quería, porque ella quería un perro gigante.



ABRO LOS OJOS CONTRA EL SOL

II
Quería un perro
gigante, que me llevara
de paseo a conocer campos
y ciudades en su lomo. Pero me compraron
un pez y un jilguero y
una tortuga creyendo que me gustaría
la suma silenciosa de esos tres
animales.

Sería inútil ya continuar. Ahora solo veo piedritas de colores, un buzo medio muerto flotando y las luces que hacen más verde el agua de esta pecera. Por suerte no hemos sacado casi ninguna conclusión. Es más, sería preferible terminar con una pregunta a ser respondida por los lectores avispados del texto: ¿cuántos matices de blanco atraviesan los poemas?

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