26 abril, 2007

El infinito juego del Go / priemra parte


En una época en que el ajedrez ha sido prácticamente domesticado por los programas computacionales, comienza a popularizarse en Occidente un juego que tiene más de cuatro mil años de historia: el Go. Según sus cultores, más que un pasatiempo es una forma de entender el cosmos.

Felipe Manso/ La Nación


Fue a principios de 1974 cuando Juan Carlos Carrillo escuchó por primera vez del llamado Plan Zeta. Un militar de un cuartel de Llay Llay se lo explicó. Se trata de esto y de esto otro, le dijo. “Ah, pero qué terrible”, exclamó Carrillo todo incauto. Luego de un breve silencio, agregó: “¿Y?”.

Fue el comienzo de su martirio.

Lo acusaron de ser el cabecilla del tan mentado plan en la región, de fraguar asesinatos en serie, de inducir al caos y al desorden. En resumidas cuentas, de prepararle la bienvenida al inmisericorde yugo marxista. Asegura que no lo mataron porque tenía cara de niño y porque su hermana conocía a varios carabineros. Pero estuvo un año y medio con arresto vigilado: iba del colegio, del cual era profesor, a la casa; de la casa a la cárcel, cuando correspondía; o de la cárcel a la plaza. No podía salir de ese cuadrante. Y siempre con un uniformado siguiéndole los pasos.

“En ese tiempo fue cuando conocí al Go”, dice Carrillo, que dicho sea de paso nada tiene que ver con los Carrillo que internaron las armas por Carrizal Bajo a mediados de los 80. “Qué curioso que lo haya conocido gracias a Pinochet”, agrega, sarcástico, pero sin rencor en el rostro.

Cierta mañana, en una de sus controladas visitas a la plaza, conoció a un señor que transportaba una tabla en cuya superficie había dibujadas líneas verticales y horizontales. Portaba una gran cantidad de fichas blancas y negras.

El personaje, que resultó ser un peruano residente y que respondía al nombre de Ernesto Amador, se sentó y comenzó a colocar las fichas en las intersecciones del tablero. Con el tiempo, supo que se trataba de un juego de estrategia, parecido al ajedrez, pero más complejo aún. Más tarde supuso, también, que era una alegoría a una batalla bélica, pero sólo de soldados rasos. Ahora piensa que es una filosofía de vida, el universo representado en un tablero. “Una forma de entender el cosmos”, explica mientras sonríe apaciblemente asintiendo sumiso y cordial. Como si nunca hubiese pasado por los tormentos que de seguro sufrió hace ya 30 años.

Algo de esa tranquilidad, asegura, se la debe al Go.

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