DAR PARA RECIBIR
El Go es un juego de estrategia en donde se lucha por un territorio. Por el espacio. Comienza sin piezas en un tablero de 19 líneas verticales y 19 horizontales. La idea es ir poniendo las fichas, ‘piedras’ para los ‘goístas’, de tal manera de anular los intentos del contrincante por conquistar el campo de batalla.
Sus reglas son bastante simples. Cada piedra en un tablero tiene cuatro lugares por donde “respirar”. El objetivo es ocupar dichos espacios por piezas propias y expandir los dominios o campos de influencia inmovilizando al contrario, tapándole los “pulmones” a sus piezas.
Un partido puede durar entre 20 minutos hasta 16 horas, dependiendo de la modalidad que se use. Por tratarse de un tablero delimitado, se asegura que el número de jugadas posibles es finito, aunque en la práctica no sea así. Como se comienza sin piezas, la libertad es angustiosa. Existen 361 (19x19) posibilidades de jugar en el primer movimiento. Luego, su contrincante tiene 360, y así sucesivamente. En las primeras tres jugadas se disponen de más de 46 millones de opciones. Un partido parejo puede tener entre 250 y 300 jugadas, lo que acerca las posibilidades a 361 factorial, siendo que las calculadoras científicas se saturan en el 69 factorial.
Hay estudiosos que afirman que esto no es tan cierto porque ocurren simetrías, cadenas, figuras preestablecidas, secuencias que, en definitiva, reducen las posibilidades de juego, de la misma manera que en ajedrez existen teorías de aperturas, medio juego y final. Sin embargo, las posibilidades son más que suficientes para hacer del Go el juego de tablero más complejo que existe. Y el más antiguo.
Se cree que el Go nació hace unos 4 mil 200 años en el sur de China. Su nombre original fue we-chi, que significa algo así como ‘piedra rodeada’. Luego fue llevada a Corea donde se le conoció como Patok o Badok, mientras que en el siglo VII apareció en Japón donde se le conoció como I-Go o simplemente Go. Hay varias teorías sobre su origen.
una última teoría dice que en China nació el ajedrez y el Go, de manera simultánea, pero que en la India fructificó el primero por la existencia de las castas, que diferencian a los individuos de manera tan irremediablemente desigual como lo sería un peón en comparación con una dama. En China, en Japón y en Corea, en cambio, prosperó el Go donde todas las piedras valen lo mismo y en donde “se sabe” que la unión hace la fuerza.
“En este juego, para ganar hay que ceder. Uno no puede aspirar a ganarlo todo en la vida, tiene que necesariamente entregar algo. Hay que aprender a dar para recibir. Este no es un juego con ímpetu de muerte. Aquí no se mata como en el ajedrez, aquí se capturan soldados y después se devuelven al enemigo”, explica Carrillo.
El resto de las directrices estratégicas del Go también son perfectamente aplicables a la vida: “No defiendas lo indefendible”, “obtén el máximo de provecho en cada jugada”, “nunca jugar sin una estrategia”, “contrólate a ti mismo antes de controlar el tablero”, “la iniciativa es la mitad de la ganancia”, “divide al enemigo, no dejes que se reagrupe”, etcétera.
Más tarde, en los albores del siglo XIX, el Go penetró en Europa. Dada su complejidad, no resulta curioso que sus primeras “víctimas” de Occidente hayan sido representantes de las ciencias exactas. Varios estudiosos han descubierto aspectos paralelos entre el Go y partes de las matemáticas modernas, como la teoría de grafos y la de reconocimiento de caracteres.
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