07 abril, 2007

La infinita sopa de pescado

Aquí la tercera entrega llamada:

El ciruelo

Esa mañana cuando desperté, los gatos maullaban como si estuvieran en celo, el sonido de la seda se detuvo, y otra vez, estaba sola en mi cama.
Hacía ya cinco meses que se había ido ¡¿Cuándo iba a volver?!
No estoy muy segura de lo que hice después, no quería moverme. Me acerqué a la ventana para mirar el ciruelo de otoño, y en ese momento, bajó del cielo un viento caluroso que movió las hojas bordó, de las ramas, al suelo de tierra.
Tocaron la puerta. Me sobresalté, no esperaba a nadie. A mi marido esperaba, ¿sería él?

Abrí la puerta y una mujer muy hermosa me miraba, tardé unos segundos en volver, estaba respirando muy fuerte.

- Hace cinco meses que tu marido se fue pensando en abandonar este pueblo, no le importó dejarte sola, creo que es justo que lo encuentres. Si comenzamos a viajar en media hora, lo encontraremos cuando anochezca.

Me quedé muda.
¡Qué ojos, qué boca, qué maravilla, qué mujer tan hermosa!
Montaba un caballo de película, viajamos en él durante horas por caminos que nunca pensé que iba a conocer. Cuando los árboles comenzaban a disiparse, avistamos una manchita negra que a lo lejos se movía lentamente.

- Es él. Me dijo y sin acelerar la marcha, nos fuimos acercando, caminaba mirando al suelo venía hacía nosotras.

- ¿Cómo llegaste hasta acá? – me preguntó - ¿Quién es tu hermosa compañera que hasta mi te trajo?
Estaba feliz de volver a verlo. La mujer, nos llevó hasta un casco de estancia muy grande, donde nos dejarían pasar la noche.
Cuando llegamos nos recibieron como si nos hubieran estado esperando. Nos sirvieron carnes y vinos, nos prepararon las habitaciones, con una naturalidad excesiva. De a poco empecé a sentirme mal. La emoción del reencuentro se iba convirtiendo en celos, recelo, bronca. Mi marido hablaba con esa mujer como si ella fuera yo, tomaba vino y la miraba, se había perdido en sus ojos y yo ya no estaba al lado suyo. Se reía y descansaba en sus palabras, sus manos eran como imanes que se repelen de tanto atraerse.
No soporté más. Me fui a mi habitación. Debo haberlo esperado unos minutos, no recuerdo bien, me dolía la cabeza, por el vino, eso sí me acuerdo. Abrí los ojos en el medio de la noche y mi marido no estaba conmigo, se escuchaban ruidos. Me levanté, en la habitación de ella, se escuchaban las risas de mi marido y los gritos de la mujer.
No podía hacerme esto ¡Qué desdichada fui! Estaba enceguecida, bajé las escaleras y salí de la casa, quería volverme, de cualquier forma, no sabía cómo, pero me iba a volver.
Antes de partir me detuve a mirar las luces encendidas de la habitación de la mujer, desde abajo se escuchaban, todavía. Giré y me sobresaltó la figura de un hombre, me acerqué, unos pasos... era mi hermano.

- ¿Qué hacés acá?

- Te vine siguiendo, me dijeron en el pueblo que te fuiste detrás de una mujer extraña...

- Ahí está –le dije señalando la ventana- encontramos a mi marido... y se está acostando con ella.
Enfurecido mi hermano agarró una piedra casi más grande que su mano y la tiró con odio por la ventana. De adentro estalló un grito desgarrador. Mi marido estaba muerto.
Abrí los ojos, los gatos maullaban como si estuvieran en celo, el sonido de la seda se detuvo, otra vez, me había quedado dormida. El ciruelo seguía en otoño. Que sueño tan raro había tenido esa mañana. Una parte mía seguía en vigilia cuando golpearon la puerta. La abrí medio asustada. Era mi hermano que venía a visitarme, no sé porqué. No le conté nada del sueño y él no se animó a preguntarme si tenía noticias de mi marido. De pronto se abrió la puerta, la sorpresa fue tan grande. Era mi esposo, había vuelto, estaba de nuevo conmigo. Era increíble, no podía preguntarle nada, sentía la garganta tapada de arena. Le preparé una sopa de pescado, no parecía enfermo pero estaba muy flaco. Cuando logré pestañar, cerrar los ojos por un segundo después de tanto mirarlo, se me dio por contarle mi sueño.
Abrió los ojos bien grande, sorprendido porque él había soñado exactamente lo mismo. Por alguna razón le dio mucha vergüenza y no le dijo nada.
Su hermano mostró una sonrisa cómplice sin animarse tampoco a contar que esa mañana había ido preocupado a la casa de su hermana por el sueño que había tenido.
Cruzamos miradas. Los tres nos hacíamos la misma pregunta ¿Quién sería aquella mujer? ¡Qué ojos, qué boca, qué maravilla, qué mujer tan hermosa!

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