05 junio, 2007

Good Bye Lenin, pero de verdad

Cayó en coma bajo el comunismo y despertó en el capitalismo.

El milagro se ha producido y, después de 19 años en coma, el ferroviario polaco de 65 años Jan Grzebski despertó, y habla.


La peripecia de Grzebski parece extraída de la película Good bye, Lenin!, en la que el hijo trata de disimular ante su madre –comunista acérrima que despierta de un coma– que el primer Estado socialista en suelo alemán había desaparecido y ya no había más muro en Berlín.

Cuando se produjo el accidente de Grzebski gobernaba el general Wojciech Jaruzelski y el orden mundial fijado en la conferencia de Yalta había dejado a Polonia bajo la órbita comunista. El movimiento de rebelión iniciado por el sindicato independiente Solidaridad había sido sofocado y no parecía que, en realidad, el régimen comunista de Polonia estaba ya dando sus últimas boqueadas.

Grzebski perdió la conciencia en una Polonia comunista, miembro del Pacto de Varsovia y del Comecon, un país desmoralizado, cuyas gentes tenían que luchar contra la escasez y hacer colas para conseguir los productos básicos de la compra cotidiana.

Y despertó en otro país. Polonia ya no es una dictadura. El ferroviario se ha encontrado con una Polonia que vive en una carrera desenfrenada hacia el capitalismo, con grandes fortunas hechas en estos años de la transición. El país cambió el Pacto de Varsovia por la OTAN y el Comecon por la Unión Europea. La Unión Soviética ya no dirige los destinos de Polonia, que se ha entregado en manos de Estados Unidos. Por mucho que sus actuales gobernantes, los gemelos Lech y Jaroslaw Kaczynski, se empeñen en aparentar lo contrario, la democracia se encuentra asentada con firmeza.

La nueva Polonia causó en Grzebski una sensación de estupor. “Cuando caí en coma no había más que té y vinagre en las tiendas, la carne estaba racionada y en las estaciones de servicio había colas interminables”, dice, mareado ante la oferta de productos en los supermercados.

Otra cosa le llama la atención: “Ahora veo las calles llenas de gente que habla por teléfonos móviles y no para de quejarse. Yo no tengo motivo de queja”. En eso no hubo cambio y los polacos se lamentan como siempre de su suerte.

En la familia de Grzebski, que se mueve en silla de ruedas, también hubo cambios: sus cuatro hijos le dieron 11 nietos. Los acaba de conocer.

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