20 febrero, 2009

El infierno (segunda parte)

Misteriosa Bahía Blanca - leer primera parte

La escuela Nº 22, en Almafuerte al 900, tenía un piso secreto. Eso todos lo sabíamos. Pero yo estaba convencido de que ahí estaba la puerta que conducía al infierno. La búsqueda fue constante, entre cuarto y sexto grado intenté abrir la puerta escondida, dar con una escalera o un pasadizo. Fue inútil.

Por esa época vino a Bahía un parque de diversiones muy pequeño que tenía como atracción principal “La casa del terror”. Me llevó mi hermano mayor. Era una carpa larga a la que se entraba caminando, había maderas flojas, telarañas y personas disfrazadas de esqueletos y otros monstruos.

Yo quedé último en la fila. Adentro era todo oscuridad. En un momento los chicos empezaron a correr y me soltaron la mano. Quedé solo en el piso que se movía. De los cuatro costados se acercaban hombres lobo. Estoy en el infierno, pensé mientras lloraba. Pero a los pocos segundos estaba afuera a upa de un esqueleto humano.

Por un tiempo no busqué más infiernos. Hasta que la literatura me dio una nueva pista. La entrada estaba en los árboles. Pasé días y noches mirando la jaula de leones del parque Independencia. Trepé por las raíces de los ombúes de la plaza Rivadavia bajo la luna llena. Nada. Hasta creí que la arcada árabe en la plaza de Villa Mitre tenía que ser la puerta a un mundo inhóspito. Sólo conseguí mojarme los pies.


Metí las manos en los bolsillos y saqué un papelito que no sabía que estaba ahí. Esa tarde, una chica me había dado un volante y lo había olvidado. Era una invitación: Pase gratis a todos los juegos –no incluye entrada al Circo-, decía.

Después de dar varias vueltas vi a lo lejos las luces y las carpas. Estaba en El Saladero. Quise presentar mi pase pero no encontré a nadie. Caminé por la tierra seca, me pareció ver unos chicos que se escondían entre los juegos. O era mi sombra que se movía entre las luces. No sé.

Estuve unos minutos frente al cartel. El infierno que estaba buscando tenía foquitos de colores. Cada diez segundos se apagaba la segunda “i”. Un carrito atravesó unas cortinas negra y estacionó frente a mi.

(Foto: Jimmy Chabna)



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