17 abril, 2009

Escatológicamente hablando

La escatología tiene dos definiciones: una fisiológica que se refiere al estudio de los excrementos y una filosófica/religiosa que se refiere a la vida después de la muerte (del griego ésjatos, ‘último’). Leer sobre la muerte, sentado en el inodoro, sería una buena forma de indagar escatológicamente un texto.


Leer en el baño siempre me pareció detestable. No tiene sentido ocultar la naturaleza humana detrás del diario de ayer, la canilla prendida y el desodorante de ambiente. Pero hay otras razones para llevar un libro al baño. Cuando lo único que hacés en todo el día es leer y leer y aún así te falta tiempo para leer, esos minutos que pasás sentado contando los azulejos, valen oro.

Campo Santo* de W. G. Sebald me llevó unos meses, porque las lecturas en el baño son breves, pero no por eso menos intensas. Y ya que hablamos de temas escatológicos, vamos a referirnos a la vida después de la muerte, o mejor, a la muerte como garantía de propiedad sobre la tierra.


Sebald emprende otro de sus viajes a pie para conocer los recovecos de la historia, los pequeños relatos que quedan opacados detrás de la épica de la Historia. En Córcega (Francia) lo esperan las huellas de Napoleón, pero también el pequeño cementerio municipal de Piana, donde no hay muertos de más de 70 años.


El cementerio es complejo. No sólo da cuenta del entramado de las diferencias sociales, reflejado en la distribución y calidad de las tumbas. Ni tampoco se queda en la relación naturaleza-muerte: las ofrendas de flores artificiales y eternas, frente a la maleza –más eterna aún- que quiebra el cemento. Sebald encuentra en el Campo Santo parte de la historia económica y social de Piana.


El cementerio fue fundado a mediados del siglo XIX, sin embargo recién lo empezaron a usar comenzado el siglo XX. Los muertos eran los contratos de propiedad sobre la tierra familiar. Enterrarlos en las casas era la renovación automática del contrato. Ningún terrateniente pensaba en mandar al exilio a su herencia. Los que no tenían tierra -pastores, jornaleros, campesinos, indigentes- se los metía en un saco cocido y se los enterraba en cualquier lado. Obviamente fueron los primeros en usar el cementerio.


“Era, como pude ver cuando franqueé la puerta de hierro que chirriaba en sus bisagras, un lugar bastante abandonado, del tipo no raro en Francia en que se tiene la impresión de que no se trata de una antesala de la vida eterna sino de una zona administrada por el municipio, destinada a los desechos seglares de la sociedad humana”


Tiro la cadena. El viaje sigue. Próxima parada, Los Alpes…


*Fue publicado en 2007 después de la muerte de Sebald. Incluye la novela inconclusa Campo Santo y una serie de ensayos literarios e históricos.

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